Entrevista concedida a Clara Elvira Ospina para el programa “Tiempo de leer” de Canal N, el 14 de febrero del 2014, en el Centro Cultural de la Universidad Católica del Perú (Salón Rojo) en el marco de la I Bienal de Novela Mario Vargas Llosa. Para tratar especialmente acerca de dos de sus obras, su reciente novela El héroe discreto y La civilización del espectáculo. El público presente estuvo integrado por estudiantes y profesores de letras de distintas universidades (PUCP, UNMSM, Universidad de Lima, UPC).
—
El héroe discreto, es la primera novela
que usted publica después de la entrega del premio Nobel. Me pregunto si cuando escribía esa novela pensaba en que era la novela de un Nobel, pues si
bien ha recibido infinidad de premios, nada se compara al Nobel. ¿Entonces
pensaba en eso?
— No, para nada. Cuando empiezo una
novela pues estoy totalmente concentrado en lo que estoy haciendo, primero, luchando
contra la inseguridad, siempre el primer obstáculo que tengo que enfrentar es
una gran inseguridad: la idea de que la novela no va a salir, que todo eso
todavía es demasiado confuso, vago. Es algo que me ocurre siempre que empiezo
una novela o que empiezo incluso un ensayo o una obra de teatro. Entonces, en la primera versión, me concentro básicamente en tratar de tener un
borrador, una vez que tengo un borrador ya la cosa cambia, ya me siento más
seguro, ya sé que allí, por lo menos, en bruto esta lo que quiero contar. Pero
esa primera versión— en mi caso— significa un
aislamiento enorme de toda otra preocupación que tratar de crear una especie de
materia prima que me permita trabajar luego con mayor seguridad en lo que
quiero contar. Y siempre lo más difícil es esa primera etapa.
—
¿Pero la expectativa de sus lectores debe cambiar después de recibir el
Nobel, o no? ¿Usted cree que la gente siente lo mismo leerlo ahora de cuando lo
leían antes de que gane el Nobel?
—
Bueno, mira a mí el Nobel me ha llegado cuando yo tenía una obra ya
bastante abundante… publicada; entonces yo creo que los lectores—
muchos lectores— ya conocían lo que yo escribía, más o menos
podían imaginar que es lo que vendría con esa novela. No sé si había una
expectación especial. No sé qué ocurre con los lectores en general con un
Premio Nobel. Mi impresión es que no tiene un efecto tan grande realmente el
Nobel, no creo que cree lectores masivamente para un escritor, generalmente el
Nobel te lo dan cuando tienes una obra hecha, cuando eres ya más o menos
conocido, salvo casos muy excepcionales de escritores que han sido una
revelación para el mundo.
— ¿Y en su vida qué cambió? Yo sé que los lectores agobiamos a los
escritores. ¿Eso se puso peor?
—
Mira yo digo que el premio Nobel es una semana que es un cuento de
hadas. La primera semana del Nobel en Estocolmo es muy divertida, es un premio
en el que participa el país entero— por lo menos la ciudad entera—, entonces vives una irrealidad
que es muy conmovedora, muy bonita. Ahora, después de la semana tienes un año
que es prácticamente un infierno, una pesadilla, te llueven invitaciones, te
llueven pedidos de entrevistas. Entonces yo he tenido un poco la sensación de
que he pasado ese año defendiendo mi tiempo, tratando de defender mi tiempo
para seguir escribiendo.
— Entonces hablemos de escribir ¿qué condición requiere un personaje para
que usted lo considere un héroe? Porque usted tiene una obsesión con el tema de
los héroes desde La ciudad y los perros que
tuvo ese nombre inicialmente. ¿Qué es para usted un héroe?
— Bueno yo descubrí al personaje de El héroe discreto en una noticia
periodística, no sé muy bien si leí la noticia en un periódico o la oí en una
radio, eso se me ha borrado porque ocurrió hace bastante tiempo ya; pero por
alguna información me enteré que en Trujillo un pequeño empresario había publicado un aviso en un periódico,
diciendo que no iba a pagar los cupos que le pedía una mafia. Bueno, ese es el
comienzo de esta novela. Yo me quede pensando en este personaje, trate de
imaginarme cómo podría ser este empresario, se me ocurrió que era un hombre
pues más bien de origen muy humilde, que con grandes sacrificios había montado
esta empresa. Pero sobre todo sentí desde el principio una admiración por él. Y
al principio la novela iba a ser la historia— simplemente—
de este empresario, del desafío este que recibía y de las consecuencias que
tenía su decisión de enfrentarse a la mafia; pero— como me ha ocurrido también con otras novelas— cuando había empezado a trabajar
en la historia de Felicito Ayanaque, como se llama el empresario, sentí que
debía añadirle otra historia que tenía en la cabeza dándome vueltas hacía
tiempo, una historia con personajes que ya habían aparecido en otras historias
mías. Y al principio empecé a trabajar las dos historias sin saber cómo en un
momento iba a juntarlas, pero al final fue saliendo poco a poco, se fueron
acercando las historias y fundiendo. Y es quizá lo apasionante que tiene
escribir una novela: descubrir que de pronto hay allí en lo que has escrito
unas fuerzas internas que van moviendo en un sentido o en otro sentido los
personajes, la concepción general de la historia.
— En estas historias, hay lo que me parece a mí —como lectora —una fuerte figura del padre; por un lado, un
hombre que le hace la vida a cuadritos a Felicito, que es su hijo, y por otro,
los gemelos que quieren ver muerto a Ismael Carrera. ¿Por qué hizo esta
historia como parricida?
—
Bueno, no lo planee así. No planee que ambas historias tuvieran
paralelismos tan evidentes, eso es algo que he descubierto a través de la
reacción de los lectores; también he descubierto que aquí en esta novela, los
hijos suelen ser los malos y los padres los buenos, a diferencia de lo que
ocurría en otras novelas mías. Pero nada de eso lo planee así, ha sido la
reacción de los lectores, las notas de los críticos los que me han revelado que
en esta novela ocurren cosas distintas a las que suelen ocurrir en otras
novelas mías.
El
caso quizá más gracioso es tal vez el de La
ciudad y los perros— en mi primera novela—. Yo fui a agradecerle a un crítico francés, un escritor
francés, Roger Caillois, que había contratado a La ciudad y los perros para que apareciera en una colección que él
dirigía en Francia, fui a verlo a la UNESCO donde él trabajaba y hablamos de la
novela. Y me dijo: una de las cosas que me gusta de su novela es que el
personaje, que es el jaguar, se atribuye un crimen que no ha cometido
simplemente para recuperar el liderazgo que ha perdido frente a los otros
estudiantes. Yo le dije: no se lo atribuye, porque él cometió ese crimen. Dijo:
no, no, usted no ha entendido lo que ha escrito, él no mata al esclavo, no está
dentro de la configuración psicológica, moral del personaje cometer un crimen,
clarísimamente él se atribuye un crimen porque lo desespera haber perdido el
liderazgo. Y fueron tan elocuentes sus argumentos que me convencieron, y
entonces ya no sé si lo mato o no lo mato realmente.
— Pues a hablemos de esos personajes que vuelven, que regresan. ¿Por qué
ha decidido sacarlos de los otros libros y poner a Fonchito, a los
inconquistables, a Lituma otra vez en esta historia?
—
Pues me pasa una cosa curiosa con algunos personajes como Don Rigoberto,
como Lituma, sobre todo, que aparece desde las primeras cosas que escribí;
vuelven como si hubiera algo en ellos que todavía no aproveché suficiente y que
puedo seguir aprovechando.
— En el caso de Lituma, siento que no es el mismo Lituma de Lituma en
los Andes, que era más conspicuo.
—
Era más joven, aquí es un personaje ya un poco apagado.
— Es fuerte que le caigan los años también al personaje.
—
Sí claro, a él le han caído los años, además le han caído las
desventuras, ha tenido muchas frustraciones en su vida, es un hombre que ha
perdido un poco, digamos, el entusiasmo, las esperanzas. Pero hay algo en el
personaje que a mí me conmueve mucho, y es una buena entraña, no ha perdido la
capacidad de distinguir entre el bien y el mal, que eso en nuestra época, no es
muy fácil, no es muy frecuente. Entonces quizá por eso tengo una debilidad por
el personaje de Lituma, y sigo incorporándolo a las historias.
— Y Edilberto Torres es un aparecido, a veces es el diablo y a veces es
un ángel; y entonces uno piensa, bueno este señor agnóstico ahora está creyendo
en el más allá, en lo sobrenatural. ¿Por qué nos metió a Edilberto Torres?
— Yo no sé si es una persona real o
una persona fantasmal, o es una invención de Fonchito, al final parecería que
es una invención de Fonchito, la verdad que no lo sé. Es un personaje que esta
ahí, un poco como que de contrabando, se me metió en algún momento a la
historia. Sentí que la historia debería tener también esa dimensión de difícil
explicación racional. Pero no podría yo decir de una manera categórica que ese
personaje es una invención de Fonchito o es un aparecido; y la novela tiene
también esa dimensión sobre natural. Es un personaje que a diferencia de Lituma,
que yo creo que lo entiendo bien, a Fonchito no acabo de entenderlo bien, es un
personaje que se me escapa, es un personaje que me intriga a mí mismo.
— Que seguro va a volver, por supuesto, que puede dar más de sí.
Evidentemente El
héroe discreto es una novela optimista, y
usted se ha declarado optimista, pero el
año pasado se presentó un libro que recoge una conversación suya del año 1967
en San Marcos con Gabriel García Márquez, en la que usted dice que las
sociedades en crisis…
—
No fue en San Marcos, fue en la Universidad de Ingeniería.
— La Universidad de Ingeniería, la UNI, si perdón. Ahí usted dice—
en esa conversación—
que las sociedades en crisis dan más de sí para los escritores, que son más
excitantes. ¿Una sociedad que está mejorando como la del Perú se pone más
aburrida para un escritor?
— No, yo creo que el Perú no se pone
nada aburrido, que… sería fantástico que fuera tan aburrido como Holanda, como
Suecia, porque querría decir que ha llegado a un nivel de desarrollo muy
avanzado. No, yo creo que el Perú está progresando, que le va mejor, que es uno
de los países en América Latina que le va mejor— partiendo desde muy abajo
desde luego—; pero, digamos, ese progreso de ninguna manera está garantizado,
no es irremediable, todavía puede haber retrocesos, regresiones, traumas. Creo
que todavía por un buen tiempo, felizmente para los novelistas, el Perú va hacer
un país traumáticamente…
— En El héroe discreto hay una
parte en la que Don Rigoberto se queja, se lamenta, y voy a leer exactamente lo
que dice: «de que te ha servido este pequeño refugio de libros, grabados,
discos, todas estas cosas bellas, refinadas, sutiles, inteligentes,
coleccionadas con tanto afán, creyendo que en este minúsculo espacio de
civilización estarías defendido contra la incultura, la frivolidad, la
estupidez y el vacío» ¿Es usted ahí Don Rigoberto?
—
Bueno no creo ser tan maniático, tan neurótico como Don Rigoberto,
algunas manías y neurosis desde luego que tengo— sino no sería escritor—; pero
Don Rigoberto ha llevado esta manía a
unos extremos ya casi enfermizos, él es un hombre que no ha podido dedicar su
vida a lo que realmente ama, que es la cultura, y ha tenido que dedicarla a una
actividad con la que no se siente comprometido emocionalmente, que es una
compañía de seguros, lo que le ha garantizado un alto nivel de vida, pero al
mismo tiempo un sentimiento de frustración. Entonces él ha creado eso que llama
esos espacios de civilización en su casa donde tiene libros con grabados, lo
que más le gusta es la pintura, escucha música clásica, lee poesía, entonces el
piensa que ese es un refugio que le permite todavía sentirse vivo. Y al mismo
tiempo de rato en rato tiene esos arrebatos de pesimismo cuando dice: de que me
vale esto si todo lo que me rodea no es cierto, esta corrompido, esta
banalizado, esta frivolizado; tiene arrebatos en los que duda incluso de que la
cultura sea esa tabla de salvación. Pero son arrebatos. Luego escucha una bella
sinfonía o lee un hermoso poema, y eso
le levanta otra vez el espíritu y otra vez siente que la vida sí vale la pena
de ser vivida.
— Y también se refugia. El otro personaje que también se refugia, en la
música, es Cecilia Barraza. ¿Se refugia usted en Cecilia Barraza también?
—
Yo le tengo mucha admiración a Cecilia Barraza me gusta mucho como canta,
y en esa novela le he rendido un homenaje.
— ¿Siente
usted que la frivolidad lo rodea? En la Cultura de la
civilización, lo que usted plantea es que
todo lo que nos está ocurriendo es el camino de la frivolización de la imagen,
de todo rapidito y nos olvidamos de lo profundo…
—
Claro, es un ensayo muy breve y un ensayo que ha restringido mucho su
objetivo, lo que quiere es describir un aspecto
de la cultura que tiene muchos otros.
Pero creo que es cierto que en nuestra época la cultura que desde el
punto de vista cuantitativo se ha difundido mucho más que en ninguna época en
el pasado, al mismo tiempo, que desde el punto de vista de la cualidad se ha
frivolizado, se ha banalizado, porque creo se ha convertido fundamentalmente en
un entretenimiento, en una forma de diversión; creo que eso ha afectado
internamente a la propia cultura empobreciéndola mucho en un sentido, y en otro
arrinconándola en grupos de especialistas que están… que escriben o que crean
de una manera que los pone totalmente al margen de lo que es el gran público. Entonces
yo creo que esto tiene efectos muy negativos porque la cultura no solamente
enriquece la vida de las personas sino que creo que desde el punto de vista
político, desde el punto de vista social la cultura permite que una sociedad
tenga ciudadanos más lúcidos, más independientes, y sobre todo, con un espíritu
crítico, algo que es absolutamente fundamental si lo que queremos es tener sociedades
democráticas, liberales, en la que los abusos, los atropellos del poder estén
frenados por una opinión publica vigilante, sensible a lo que es la
problemática. Esa ha sido la gran función de la cultura a lo largo de la
historia. Creo que eso es un aspecto, de la cultura en nuestra época que es
preocupante; y lo que el ensayo quiere señalar es una preocupación a ese
respecto sin pretender documentar esa complejísima realidad que es la de la
cultura de nuestro tiempo.
— ¿Y
cómo distinguimos entre la frivolidad y el entretenimiento, que también es
necesario?
—
La cultura es muy entretenida. Si leer, por ejemplo, el Ulises de Joyce es una experiencia maravillosa, pero es una experiencia que no
está al alcance de cualquiera. Para poder entender el Ulises, y gozar de la extraordinaria riqueza que significa, hay que
haber leído ciertas cosas y hay que haber entendido la complejidad de lo que es
la evolución de las técnicas, de las formas literarias. Y lo mismo ocurre con
la música, con la pintura. Ahora, yo creo que, lo que ha ocurrido en las Artes
no es exactamente lo mismo. Hoy en día es muy difícil saber qué cosa es bello,
qué cosa es feo; incluso muchos críticos, teóricos ni si quiera admiten que se
pueda hablar de esas categorías: lo feo, lo bello. Dicen: « Pero ¡Qué
anacronismo! Que anacronismo tan absurdo». Entonces eso abre la puerta al
embauque; a que grandes picaros apoyados por galeristas, por críticos, por
frívolos, por irresponsables, por interesados; pues nos vendan gatos por
liebres. Me refiero al caso de la plástica porque creo que es el mundo donde
eso tiene consecuencias más graves, pero está ocurriendo prácticamente en todos
los campos de la cultura. Y creo que lo más precioso que nosotros tenemos es la
cultura de la libertad, gracias a esa cultura nosotros hemos dejado atrás la
barbarie; ha disminuido tremendamente la violencia, el sufrimiento humano.
Podría verse profundamente lesionada esa cultura si desaparece la imaginación,
el espíritu crítico, esa voluntad de salir de sí mismo, y poder verse desde la
distancia, algo que nos permite la gran cultura; y descubrir que la vida está
mal hecha, no importa cuánto haya progresado, avanzado, una sociedad, si la
miras desde la perspectiva de los sueños, de los deseos, de los grandes
apetitos humanos siempre estará por debajo. Por lo tanto hay que ser muy
crítica, y hay actuar para que esté en permanente revisión de sí misma. Esa ha
sido la gran función de la cultura, aparte de producir— por supuesto—, gozo y placer extraordinario.
— También plantea usted que el periodismo es responsable de parte de esa
frivolización. Pero también piensa uno que finalmente el periodismo es un
reflejo de la sociedad, no la sociedad el reflejo del periodismo.
— Yo creo el periodismo produce un
alimento, que hay un público que necesita— y no solo necesita, sino
que exige del periodismo—;
pero a qué extremo se puede llegar con eso. Se puede llegar a extremos absolutamente
bochornosos a un periodismo que vive exclusivamente del escándalo, de la infidencia,
cuando no de la invención, de la creación de escándalos. Yo estaba viendo lo
que ocurre ahora en Francia; yo trabajé en Francia como periodista un año en la
France-Presse, y después casi siete años
en la radio televisión francesa; yo digo pues como han cambiado las cosas en
Francia; en esa época era absolutamente inconcebible que un programa de
televisión, una revista o un periódico persiguiera a un Presidente de la
República para ver si tiene amantes…
— Si está embarazada la amante…
—
Eso era algo inconcebible. Y no es que no hubiera una lucha frontal
entre gobierno y oposición, era una lucha contra la quinta república, había una
oposición realmente feroz; pero que jamás se permitía utilizar ciertas
suciedades humanas, privadas, para ganar puntos políticamente, o todavía peor
para poder vender más periódicos o aumentar el rating de un programa. Entonces
cuando vemos esa persecución al presidente Hollande para descubrir lo que hacía
en las noches, su guardaespalda que llevaba los croissants en la mañana. Muy
divertido pero es aterrador que la
política en Francia haya descendido a las cloacas de la pura chismografía. Eso
ocurre en Francia, eso ocurre en Inglaterra. Yo llegué a vivir a Inglaterra
cuando todavía había un periodismo que era modélico en su seriedad, en su
responsabilidad, y he visto como poco a poco eso iba degenerando en gran parte
gracias al Sr. Murdoch cuando compró el Times, cuando lanzo los tabloides. De
pronto eso empezó a degenerar, y curiosamente ese público—
que parecía tan exigente del respeto de las formas—
quedó seducido, fascinado con la chismografía, con el amarillismo. Yo
creo que el amarillismo es una exigencia de un público que está maleado. Y que
el periodismo que se resiste a pasar por ese aro, pues es un periodismo que
corre el riesgo de la extinción, de desaparecer. Creo que es ese una de las
consecuencias justamente del problema cultural.
— Ya que estamos hablando de este
tema. Esta entrevista es de un programa «Tiempo de leer» y es una entrevista
sobre libros. Pero los televidentes de Canal N no me perdonarían que no le
pregunte por el tema de debate del momento que es su opinión acerca de la
compra de una parte de Epensa por parte del grupo «El Comercio». Considerando,
adicionalmente, por transparencia—evidentemente— lo tengo que decir, que Canal N es una
empresa en la que están el grupo «La República» y el grupo «El Comercio» como socios. Quiero
que usted nos dé su opinión sobre este asunto.
— Sí, con mucho gusto. Creo que mi
posición sobre este tema es bastante clara. Yo estoy a favor de la libertad de
expresión. Creo que la libertad de expresión es el pilar realmente de la
cultura democrática, y que sin una libertad de expresión que refleje el
pluralismo de las opiniones políticas de los ciudadanos está la democracia
amenazada. Creo que lo que ha ocurrido en el Perú, la concentración de los
medios, que significa la compra por el grupo del «El Comercio» de Epensa, es
una amenaza potencial contra la libertad de expresión. Creo que ochenta o
setenta y nueve por ciento de control de la información da un poder a un grupo
periodístico en un periodo de elecciones, por ejemplo, que puede llegar a la
manipulación total, que puede llegar a la imposición de candidatos, algo que comienza a corroer lo que es todo el
sistema democrático. Por eso yo he apoyado la iniciativa de estos ocho
periodistas, ocho periodistas muy prestigiosos, por otra parte, y muy
independientes. Esta acción de amparo que han presentado para que el Poder
Judicial decida si esta operación es lícita o la anulen. Yo pienso que es muy
importante que esto se haga a través del Poder Judicial y sobre casos concretos
porque yo siempre he estado en contra de las leyes especiales sobre el periodismo, creo que las leyes especiales son
un peligro para la libertad de expresión;
es poner en manos de un gobierno
un instrumento de poder que en un momento dado puede ser utilizado para
restringir esa libertad, esa diversidad y ese pluralismo. Y esto es en síntesis
mi posición respecto al problema de la concentración de los medios.
— En la controversia, están quienes opinan que siendo usted un liberal
que cree en la libre empresa, al plantear eso puede de alguna manera haber una contradicción
porque se castiga el éxito de una empresa que crece.
— No, no hay ninguna contradicción. Quienes
dicen eso pues tienen una información muy escasa, muy insuficiente o muy
equivocada de lo que ocurre en los países más democráticos del mundo. En todos
los países democráticos, sin ninguna excepción, hay un control del monopolio
empresarial en todos los campos y, fundamentalmente, en el campo de la prensa.
En muchos países hay «leyes especiales». Allí no solamente es comprensible,
aceptable porque hay una democracia profundamente arraigada, sino porque en los
países democráticos avanzados la diferencia entre el Estado y el Gobierno es
real. Y las instituciones encargadas de
velar por la diversidad, la pluralidad informativa, son organismos de estado
que representan al conjunto de la sociedad. Desgraciadamente en las democracias
subdesarrolladas, como la nuestra, la diferencia entre Estado y Gobierno es
inexistente. El Gobierno absorbe el Estado y lo utiliza como si fuera suyo,
como si fuera su botín; entonces, no hay organismos de estado verdaderamente
independientes salvo en dominios quizá muy técnicos. Esa es la razón por la que
creo que cuando hay «leyes especiales» sobre el periodismo el resultado es
catastrófico para la libertad de expresión. Es el caso de Venezuela, es el caso
de Ecuador, el caso de Bolivia, el caso de Argentina, allí hubo leyes
especiales para la prensa y el resultado ha sido catastrófico, justamente para
el pluralismo informativo. Por eso es que yo creo que esta, digamos, iniciativa
de los ocho periodistas es el camino mejor, es el modelo mejor. Que el poder
judicial decida, allí hay muchas instancias. En última instancia se puede
llegar a la Corte Interamericana de Derechos Humanos que es una institución que
hasta ahora ha mostrado una independencia de criterio, una lucidez respecto a
las materias jurídicas, y una clara vocación democrática.
— Uno
podría pensar que la industria editorial no es lo mismo que los periódicos, que
la información, que los medios de comunicación. Pero qué pasa con quiénes creen
que las grandes editoriales acaparan a los grandes autores y aplastan a las
editoriales pequeñas. Y que también pueden influir, incidir y limitar. ¿No
podría también haber un debate similar sobre eso?
— Afortunadamente en ese campo todavía el
público sigue imponiendo su criterio; todavía las editoriales no pueden
fabricar best sellers. Estos siempre son, casi siempre, sorpresas. Y es ese un
campo en el que una pequeña editorial puede ganarle el mercado a una gran
editorial. Allí está garantizado el pluralismo, la diversidad. Es muy distinto
en el campo de la información. Uno de los argumentos que utiliza «El Comercio»
es decir que, en esta absorción de Epensa, el acuerdo se ha hecho solamente
para la impresión y para la distribución; pero que los contenidos quedan
independientes en cada uno de los grupos. Eso obviamente es un sofisma. Nadie
puede imaginar que un periodista de Epensa del diario el Correo, por ejemplo,
va investigar a una empresa de la familia Miró Quesada, y va a tener cabida en
su periódico para denunciar tráficos indebidos, si es que existen esos tráficos
indebidos. Obviamente ese periodista va a tener que actuar. En consecuencia,
estamos en un país subdesarrollado donde un periodista díscolo, un periodista
demasiado independiente, pues a la corta o a la larga, es expulsado de ese
diario. Por ser excesivamente independiente, valientemente independiente, en el
trabajo que hacía. Lo mejor es garantizar que haya realmente una pluralidad
informativa, y que si hay una concentración de medios que contradice un
dispositivo constitucional que afortunadamente es muy claro, meridianamente
claro, pues el poder judicial se pronuncie y anule la operación creo que ese es
el camino debido, y me alegra que haya ese debate. Desde luego que yo soy
defensor de la libertad de empresa, soy
defensor de la propiedad privada, soy defensor del capitalismo. Yo no tengo
vergüenza en decirlo. Aquí cuando hubo una amenaza terrible para la empresa
privada, para el capitalismo, cuando el presidente Alan García, en su primer
gobierno, quiso nacionalizar los bancos, las compañías de seguros, las
compañías financieras. ¿Quién fue la primera persona en protestar? ¿Quién salió
a las calles a defender a la empresa privada? ¿Quién? Muchas de las personas
que hoy día me atacan por defender el pluralismo informativo no solo se
quedaron callados sino que fueron grandes defensores de la medida estatista.
Veo que muchas de las personas que me atacan a mí por defender el pluralismo
informativo fueron fujimoristas militantes que trabajaron en periódicos que
eran pagados con bolsas de dólares por Montesinos. Entonces, cómo puedo creer
que son auténticos defensores de la libertad de prensa; si cuando la libertad
de prensa fue pisoteada de una manera indigna, y además mediante tráficos
inmundos, como era pagar a los periodistas comprarlos; no solamente se
callaron, sino fueron cómplices de esos tráficos.
— No le
preocupa que todos esos argumentos— completamente aceptables de su parte—, sean utilizados por quienes se
mueren de ganas de que el Congreso, de que el presidente… de que haya un
control de la prensa. El presidente Maduro dijo hoy: «que la televisión era muy
mala en Venezuela, y que había que meterse en la televisión». Y siempre hay gente
que eso le encanta. Y uno podría creer que la televisión en el Perú es muy mala
y que habría que meterse utilizando esos argumentos.
— Sí, me preocupa. Mira si yo saco los artículos que he escrito,
las declaraciones que he hecho contra Chávez, contra Maduro, contra la
semidictadura en la que se ha convertido Venezuela; creo que tengo bastantes
credenciales para no ser acusado de Chavista, ni de Madurista. Desde luego que
me preocupa, creo que la iniciativa del congresista Dammert, por ejemplo,
querer presentar un proyecto de Ley de
medios en el Congreso es equivocado, lo he dicho en un artículo, y lo repito
ahora. Si el congreso comienza a debatir una ley de medios voy a criticar
profundamente esa iniciativa porque creo que, aunque haya muy buena intención
por parte de los autores, una Ley de medios pone en manos un instrumento que el
gobierno a la corta o a larga va a utilizar en su provecho; por lo tanto, me opongo
absolutamente a esa ley. Pero creo que es tan peligrosa la concentración de
medios por un solo grupo económico como la intervención estatal de los
contenidos de la prensa. Hay que llegar a un equilibrio donde sin afectar ni a
la libertad de prensa, ni a la libertad de empresa, ni a la propiedad privada,
que yo creo son las grandes defensoras del pluralismo de la diversidad en una
sociedad; tampoco permita que grupos económicos lleguen a tener el control de
la información hasta el punto de poder manipular a la opinión pública y poner
candidatos, es decir, restringir simplemente la libertad del ciudadano.
— En una
entrevista reciente usted dice que sus nietos pertenecen a una generación en la
que los escritores no son ni respetados ni temidos. ¿Realmente usted siente que
le han perdido el respeto, que la gente de la generación…
— No,
nunca lo tuvieron, nunca me tuvieron ningún respeto. Ni mis hijos tampoco dicho
sea de paso, no.(risa)
— Esto
me da pie para preguntarle sobre los intelectuales, de los que también habla en
La
civilización del espectáculo. ¿Realmente
usted cree que han perdido el respeto en la sociedad los intelectuales?
—
Han perdido influencia sí, sin ninguna duda. La prueba es que los
políticos, que tienen para eso un olfato infalible, cuando quieren retratarse
públicamente, ¿a quién buscan? no buscan a filósofos, a novelistas… buscan a
futbolistas, buscan a artistas de cine, que son las figuras que impresionan
realmente a un público muy grande; y una de las consecuencias de eso es,
probablemente, que el intelectual se haya retirado cada vez más de la vida
pública, que se confine en su actividad específica. Creo que a eso se debe
también que muchas disciplinas se hayan ido cerrando al gran público, pero es
un fenómeno de nuestro tiempo que probablemente no tiene remedio, no va a
cambiar, no, no por lo menos en lo inmediato.
— También
habla usted de los best sellers. En algún momento usted dice: bueno la cultura
audiovisual… hay quienes creen que va a hacer que se acaben los libros, y
bueno, eso sería bueno para acabar con algunos best sellers que son un
desastre. ¿Por qué le molestan tanto esos best sellers?
— No, los best sellers no me molestan, en
absoluto; además hay best sellers que muchas veces son buenos libros. Digamos,
la cultura del best seller, es distinta; solamente leer aquellos libros que tienen un
éxito, digamos… cuantitativo, si me parece peligroso — bueno, probablemente en el mundo entero las listas
de best sellers, no en su totalidad, pero en su gran mayoría, son de puro
entretenimiento, en el sentido más superficial, pasajero, transitorio de la
palabra —. No me parece mal
que existan los best seller y exista al mismo tiempo una literatura seria,
ambas cosas pueden coexistir, siempre han coexistido. Aunque uno recuerda con
nostalgia el siglo XIX donde los best sellers eran las grandes obras.
Los best sellers eran Dickens, eran Balzac… yo creo que ese fue un momento,
para la literatura y para la sociedad, de un cierto apogeo.
— Aquí fue
Pedro Suarez Vertiz el año pasado.
—
Sí (risa), pues no he visto yo… la película de… ¿a quién te refieres?
— A
un libro que se llama Yo Pedro que se... uno de los más vendidos del año.
—
A pues yo no he leído ese libro, o sea no, no. Sí pues no puedo opinar
porque no lo he leído.
— Bueno, en Tiempo de leer,
creemos que es mejor que la gente lea best sellers a que no lea nada.
—
Desde luego, yo creo que es preferible que lea… incluso basura, a que no
lea (risas). Creo que leer de todas maneras es una operación que enriquece a la
persona, en eso estamos de acuerdo.
— Sí. ¿Y
qué está leyendo usted maestro?
—
Pues estoy releyendo El sonido y la
furia de Faulkner, es una novela que he leído ya, esta es la
tercera vez que la leo. Es una novela enormemente difícil, enormemente difícil,
porque uno de los narradores de la novela es un idiota, es un idiota, es un
hombre adulto que tiene la mentalidad de un niñito y vive en una confusión
terrible, y Faulkner encontró un lenguaje absolutamente magistral para mostrar
esa mentalidad que es por una parte la de un niño… en el cuerpo de un adulto, y
entonces eso da una dimensión absolutamente misteriosa, compleja, que lo hunde
al lector en las profundidades de lo humano de una manera realmente
extraordinaria; es un novela también sobre el tema de la cultura, uno de los
personajes es un muchacho que ha pasado por Harvard y que al final termina
suicidándose porque ve un fracaso absolutamente total de la cultura para poder
resolver sus problemas familiares, en fin. Es una novela maravillosa. Me pasa
mucho ahora que releo más que leo, me gusta releer muchos libros que me
impresionaron mucho en el pasado, y a veces me llevo grandes sorpresas: son
libros más complejos, más distintos de lo que yo recordaba.
— Claro, en El pez en el agua
que es del año (19)92, usted dice: yo no volví a leer las cosas que leía cuando
era adolescente porque no quiero…
—
Me pasó con Alejandro Dumas, no lo he
vuelto a leer porque fue un autor que me
a mi cambio la vida, yo viví, sufrí, gocé con D´Artagnan, con Porthos, con
Aramis, con Athos; entonces, la idea de que releer eso vaya a descubrirme que
eso es una novela pobre, una novela mediocre… yo no quiero tener esa
frustración.
— Sí, como no querer ver a una ex-novia
para no ver el paso del tiempo…
—
Exactamente, exactamente, es una
comparación perfecta (risas), sí, sí, perfecta, exacta, sí, sí.
— Para terminar le quiero preguntar por
algo que ocurrió en estos días. Günter Grass,
a los 86 años, dijo: ya no alcanzo a hacer una novela…
— Yo no le creo, no hay que creerles a los escritores, de
verdad (risas del público), cuando dicen que se van a retirar.
— ¿Usted
no cree en el retiro de los escritores, que haya un momento en que hay que
decir hay que retirarse?
— No, bueno hay algunos escritores que…, pero
son
excepción a la regla. Si uno tiene la vocación de la literatura eso se
convierte en su carne y su sangre, en eso que decía Flaubert, en su manera de
vivir, y no puede renunciar a ella, o sea que yo creo que mientras viva, Günter Grass va a
seguir escribiendo, son o pequeñas decaídas de ánimo u operaciones
publicitarias… no hay que creerles a los escritores cuando dicen que se van a
retirar, no. (Risas)
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